Por: Cristhian Almonacid Díaz, académico Departamento de Filosofía de la UCM.

 

El recién anunciado plan de rescate para la denominada clase media por medio de créditos blandos, se ha proclamado como una excelente noticia.

Se nos ha dicho que al fin existe una estrategia focalizada, seria y responsable para ir en ayuda de quienes no son lo suficientemente pobres para recibir un bono estatal ni suficientemente ricos para mantener por sí mismos su capacidad financiera en medio de la crisis económica a la que nos ha arrastrado la pandemia.

Lo que parece una excelente medida a ojos de la autoridad de gobierno, pensamos favorece la toma de conciencia de una profunda característica identitaria del chileno promedio: su capacidad de endeudamiento.

¿Qué puede explicar esta capacidad que nos permite tolerar la idea que es posible sostener nuestra existencia en base al crédito?

Evidentemente, estamos ante uno de los principales dispositivos que ha dinamizado paradigmáticamente la economía en Chile.

Este mecanismo logra que 11 millones de personas sean capaces de imaginar que progresan económicamente en base a recursos que en la realidad no les pertenecen.

Dicho dispositivo saca tajada del deseo ineludible de todo el mundo.

Cada uno de nosotros, sin excepción, aspira alcanzar la felicidad y evitar el sufrimiento.

Nuestro corazón se esfuerza para imaginar que las cosas que mantienen o favorecen nuestra felicidad, están a nuestro alcance por medio de una promesa de pago.

Esta promesa se sostiene gracias a la única posesión que efectivamente tengo: yo mismo y mi capacidad para disponer de mi esfuerzo productivo del mañana.

Entramos entonces en un círculo de simulación que nos esconde, por ejemplo, la relación inequitativa y asimétrica que establecemos con nuestros acreedores a quienes dotamos de un poder económico (y también político) sobre nuestra vida futura.

Hemos permitido de esta manera, la pertenencia de procesos económicos que han generado un tipo de subjetividad dispuesta a explotarse a sí misma para alcanzar bienes a los que no puede acceder mediante recursos efectivamente poseídos.

La vida de esta manera se ha convertido en una vida prestada, distribuida en cómodas cuotas mensuales.