Por:  Elia Piedras Garrido.

Concejala por Talca.

Coordinadora de Mujeres Por la Memoria.

 

Están pasando demasiadas cosas en Chile y el mundo como para desistir de la protesta. La movilización, como un lenguaje directo que descomprime la rabia ante los abusos y expresa la postura ciudadana más rápido que cualquier encuesta, puede intervenir la realidad hasta cambiarla, sacudiendo al poder.

Pese a su capacidad de alterar el curso de la Historia, los gritos por justicia y libertad se encuentran silenciados en nuestro territorio, por una retórica demonizadora transversal que terminó criminalizando toda manifestación, desde el Estallido Social hasta la movilización estudiantil, que a veces asoma con su hermosa identidad en la vía pública.

Un informe reciente de Amnistía Internacional advirtió el peligro. El documento, titulado “Infraprotegido y excesivamente restringido: La situación del derecho de protesta en 21 países europeos”, identifica un patrón global de restricciones y ataques sistemáticos a una de las fuerzas motrices de la humanidad. El modelo se ha traducido en una vigorosa embestida por parte de los Estados contra las voces críticas, haciendo eco incluso entre quienes declaran estar en contra del neoliberalismo y su status quo.

¿Qué nos queda a las mujeres frente al asedio conservador que amenaza con arrebatarnos derechos? En la lucha ideóloga, que nos enfrenta a quienes nos deshumanizan, la alternativa será recuperar el espacio donde marchábamos juntas y formábamos un colectivo de impenetrable sororidad.

La invitación a las compañeras es a movilizarse contra todas las formas de violencia que nos matan y nos ahogan, y a la autoridad, a no estigmatizar la protesta, ofreciendo condiciones de seguridad a quienes ponen sus cuerpos para que las personas seamos libres e iguales.

Este 25 de noviembre, en el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, reconquistemos la calle, con la lucidez y decencia que acostumbramos legítimamente a incomodar al poder.