Por: Marcelo Trivelli Oyarzún.
Presidente Fundación Semilla.
La resistencia de los establecimientos educacionales a evaluarse es generalizada y no se debe a no querer conocer la situación en que se encuentran, sino que hay otras razones entre las cuales destacan el mal uso que se les da a los resultados, por ejemplo, en elaborar rankings y asociarlos a niveles de calidad.
El mal uso de los resultados afecta la reputación de los establecimientos, pero por sobre todo desvirtúa la labor educativa al concentrar los esfuerzos para obtener un “mejor puntaje” en desmedro de una educación integral de calidad.
Si bien hay un desarrollo a nivel mundial de pruebas estandarizadas que miden principalmente aprendizajes en matemáticas y lenguaje como la prueba PISA que se aplica a nivel global o el SIMCE que se aplica a nivel nacional, no hay instrumentos para evaluar la vulnerabilidad en convivencia y violencia en escuelas, liceos y colegios.
En Fundación Semilla nos hemos abocado a esta dimensión de la educación por casi 20 años y reconocemos como un paso importante la relevancia que ha cobrado la convivencia en el último tiempo.
A partir de los estudios realizados por Semilla y de nuestra experiencia, sostenemos que la violencia de género tiene un potencial explicativo de la violencia escolar, porque muchos de los mecanismos que sostienen la violencia de género están relacionados con dinámicas de poder, control y discriminación, que también se manifiestan en la violencia escolar en general.
La violencia de género se basa en una estructura de poder desigual entre hombres, mujeres y disidencias donde se observan conductas de control, dominación y sometimiento. Estos patrones influyen en cómo se desarrollan las relaciones entre estudiantes en las escuelas, tanto en términos de género como en otras jerarquías de poder.
Las y los estudiantes pueden reproducir estas dinámicas al ejercer control o dominación sobre otros, lo que fomenta actitudes agresivas y violentas. El comportamiento violento hacia las mujeres y/o disidencias sirven como un modelo que legitima otras formas de violencia y abuso.
En contextos donde la violencia de género es común, tolerada o minimizada, la violencia se normaliza. Si el estudiantado observa o experimenta violencia de género sin que haya consecuencias, asumen que la violencia es una forma aceptable de resolver conflictos o de afirmar poder, lo que alimenta la violencia tanto en la escuela como en la sociedad.
El Sistema Nacional de Prevención y Monitoreo de las Violencias de Género, fue un proyecto liderado por Fundación Semilla y financiado por el Fondo Nacional de Seguridad Pública cuyo entregable fue una plataforma para que estudiantes y funcionarios de los establecimientos educacionales accedan a cuestionarios auto-aplicables en modalidad digital, para diagnosticar el nivel de vulnerabilidad institucional a este tipo de violencia. La plataforma arroja el nivel de vulnerabilidad del establecimiento, identificando las dimensiones más críticas. Adicionalmente la plataforma cuenta con un repositorio de bibliografía relacionada a la temática, y una selección de buenas prácticas para ejecutar al interior de los establecimientos.
En su etapa de validación nos encontramos con la renuencia de muchos establecimientos a evaluarse. Sabemos que su masificación será difícil, pero haremos nuestros mejores esfuerzos para lograr la participación de la mayor cantidad de establecimientos educacionales y demostrar que la evaluación utilizando esta metodología no tendrá los efectos negativos resultantes de la aplicación de otros instrumentos de medición.