Hace unos días atrás tuve el privilegio de compartir tribuna con Alfredo Zamudio en un seminario organizado por la escuela de trabajo social de la Universidad de las Américas sobre metodologías de diálogo. Fue interesante conocer el sustento de las metodologías de diálogo a nivel de naciones que ha desarrollado el Centro Nansen para el Diálogo y la Paz (Noruega) y compararlo con lo que hacemos desde hace muchos años en Fundación Semilla en contextos sociales, territoriales y escolares.
Lo importante es entender que no basta con sentarse a dialogar. Llamar a una mesa de diálogo no basta si cada cual tiene como único objetivo convencer al otro de su propia verdad.
Lo primero y más importante es que cambiar de opinión o ampliar la mirada más allá de los propios prejuicios, valores y dogmas, sea valorado como algo positivo y no como un fracaso o rendición. Esta predisposición es una muestra de respeto por quienes están al frente y sólo así se puede escuchar para aprender y comprender. Desgraciadamente en Chile con una sociedad muy polarizada, a quien asume una conducta de diálogo verdadero se le castiga con la etiqueta de que “se dio una voltereta”.
Quienes convocan al diálogo y quienes acceden a dialogar deben tener claro que existen tres alternativas y de ellas, sólo una conduce a acuerdos, la primera, en que se logra encontrar un punto en común que satisfaga las necesidades e intereses de todas las partes. Este acuerdo puede implicar compromisos y concesiones por parte de cada uno, pero busca una solución aceptable para todos.
Las otras dos no logran acuerdo, pero sí aportan. En cuanto a que, una puede lograr identificar los puntos de desacuerdo e incluso aquellos que pudieran ser irreconciliables, y la otra, lograr avances en comprensión y empatía que puede sentar las bases para futuras interacciones y acercamientos.
Las tres alternativas son válidas y aceptables. Nadie está obligado a lograr un acuerdo, pero si a escuchar y hacer el esfuerzo de entender. Cuando así lo entienden las partes en conflicto es posible dar comienzo al diálogo.
Cuando se trata de abordar tensiones o conflictos en contextos escolares, hemos encontrado que la metodología de juegos funciona de manera muy efectiva para producir diálogo. La participación en un juego responde a una invitación y es de carácter voluntario. Es una metodología inmersiva en la cual es fácil desprenderse de lo que creo y quiero ser para asumir el rol asignado por el juego sin ver magullado el orgullo o amor propio.
Los juegos promueven la horizontalidad en que niñas, niños, jóvenes y adultos son iguales, permitiendo un diálogo intergeneracional que muchas veces resulta muy difícil en las instituciones escolares jerarquizadas y autoritarias.
El diálogo es una herramienta y no es la solución por sí misma y por ello requiere de especialización para promoverlo e intermediarlo. No busca imponer un final sino de facilitar un camino hacia una mejor convivencia.
Por: Marcelo Trivelli Oyarzún.
Presidente Fundación Semilla.