Las clases de historia de mi época escolar me traen buenos y malos recuerdos. Claramente dependía de quien fuera responsable de su enseñanza en la sala de clases y de cómo lo hacía. Mirando hacia atrás, entendí que el estudio de la historia era y sigue siendo una materia para reflexionar y no para memorizar.

Malos recuerdos de aquellas materias que, ajenas a nuestra realidad, donde lo importante era recordar nombres o fechas sin contar con ningún contexto de lo sucedido. Así, sin cuestionamiento tragamos la realidad de la esclavitud, de los abusos, de los saqueos coloniales o de los estados teocráticos. De aquellos profesores no recuerdo ni sus nombres.

Buenos, cuando el profesor era capaz de despertar nuestro interés, hacernos pensar, reflexionar y entender las consecuencias de los hechos históricos. Así es como se nos enseñó la guerra civil de 1891, la derrota del presidente Balmaceda y la posterior época parlamentaria que desembocó en la Constitución del año 1925.

La industrialización, el salitre, el ferrocarril, la lucha obrera, la expansión territorial de la república hacia el sur del río Bío Bío y tantos otros hechos de esos 40 años.

Hasta el día de hoy recuerdo a ese profesor de ciencias sociales, Sergio Vera, aún cuando nunca más lo volví a ver desde que egresé de cuarto medio.

La Asamblea General de Naciones Unidas ha escogido días del calendario para conmemorar y/o educar sobre ciertos hechos de interés para la humanidad.

El 27 de enero fue escogido para honrar a las víctimas del nazismo y, a mí, me ha traído una vez más a la memoria una conversación que mi esposa y yo sostuvimos con el bisabuelo materno de nuestros hijos.

El opa (abuelo en alemán) Sam y su familia lograron subir al último barco que zarpó de las costas del norte de Europa con pasajeros judíos con rumbo desconocido. Chile fue el país que los acogió y es donde vivió casi toda su vida hasta que decidió regresar a Alemania.

Mi esposa y yo, quien no lo conocía, fuimos a visitarlo para que conociera a su nieta, nuestra primera hija. Llevamos, lo que creíamos era un difícil mensaje, el cual era que habíamos decidido bautizar a nuestra hija y no criarla como judía.

Ese día recibimos de él una gran lección, que nos marcaría a ambos de por vida cuando nos dijo que se alegraba mucho de que sus descendientes no fueran a sufrir el antisemitismo y que estuviéramos alerta ante el racismo u otras formas de discriminación u opresión.

En ese momento vimos reflejado en su rostro el dolor del sufrimiento de millones de personas exterminadas por el régimen nazi. Ese testimonio y esa cara no la olvidaré jamás.

La historia con rostro humano es la mejor, y quizás la única manera de que hechos horrorosos no se vuelvan a repetir.

De ahí la importancia de museos de memoria en el tema del holocausto y tantos otros genocidios.

Entender y reflexionar sobre la historia es parte del proceso de formación.

Desarrollar el sentido crítico va formando valores y definiendo caminos en la vida. Un buen maestro o una buena maestra abre la mente, no adoctrina; invita al diálogo, no lo cierra. Ese debiera ser el profundo sentido de la educación.

Por:  Marcelo Trivelli Oyarzún.

Presidente Fundación Semilla.