Un dogma es una proposición que se asume como verdad absoluta, innegable e irrefutable. El dogmatismo es una manera de enfrentar la vida que responde al convencimiento de que existe una verdad absoluta e incuestionable y se traduce en conductas que mantienen creencias y puntos de vista de manera inflexible sin considerar evidencia contraria o argumentos racionales.
En Chile, cada día, encontramos más personas que, en lenguaje común, “se sienten y actúan como si fueran dueños de la verdad” en áreas tan diversas como la política, la ciencia, la economía, la educación y la religión. Estamos enfrentados a un retroceso civilizatorio.
Cuando el dogmatismo asume una dimensión social en una sociedad abierta y diversa, fomenta la intolerancia y la inquina hacia aquellos que tienen puntos de vista, estilos de vida o creencias diferentes. Así, a los grupos minoritarios, marginados y/o indefensos se los caricaturiza con denominaciones despectivas construidas sobre un discurso de odio.
La historia nos demuestra que el dogmatismo incentiva la creación y promoción de movimientos políticos y líderes que, bajo el pretexto de defender sus dogmas y su estilo de vida, desarrollan un discurso que exacerba las emociones básicas del miedo y la rabia hacia quienes son diferentes, como, por ejemplo, migrantes, diversidad sexual, intelectuales, etc… Si la sociedad en su conjunto no es capaz de reaccionar a tiempo, existe el riesgo de entrar en un espiral dogmático -populismo- cuya consecuencia inmediata es una fractura social y muy prontamente en mayor discriminación, mayores prejuicios, aumento de la desigualdad y violencia.
El negacionismo es un dogma peligroso. Es fácil de entender, fácil de defender y fácil de propagar. Lamentablemente cada día escuchamos a más líderes negar la crisis climática, negar la diversidad sexual, negar las violaciones a los derechos humanos, negar la desigualdad, etc. Peor aún, no sólo lo niegan, sino que promueven la idea que todos sus males son causa de personas y grupos “sobre ideologizados” que se ocupan y preocupan de estos temas.
Mientras más gana terreno el negacionismo, más retrocedemos y más se aleja la posibilidad de alcanzar un consenso civilizatorio, es decir, un acuerdo tácito o explícito sobre un conjunto de valores, normas, principios fundamentales que rigen la convivencia y las interacciones en nuestra sociedad.
Si bien la vía institucional para impulsar un acuerdo civilizatorio es el proceso constitucional que se inició hace casi tres años atrás, todo parece indicar que los consejeros y los partidos políticos que representan están lejos de alcanzarlo.
Lo contrario a ser dogmático es ser crítico, es estar atento al entorno y no creer ni “tragarse” todo lo que nos dicen. Pero eso no es fácil, porque desde pequeños nos entrenan para escuchar más que para preguntar o dialogar. La escuela juega un rol determinante en aprender a convivir y a participar, los dos pilares base de una ciudadanía consciente y una sólida democracia.
Por: Marcelo Trivelli Oyarzún.
Presidente Fundación Semilla.