Por: Marcelo Trivelli
El 25 de noviembre se conmemoró el Día Internacional de la No Violencia contra la Mujer.
Se ha avanzado en visibilizar los femicidios y aquellas agresiones de alta connotación social, pero la violencia que viven a diario las mujeres en Chile sigue absolutamente invisibilizada y las instancias de apoyo y de cambio aún son escasas.
Las organizaciones de mujeres han realizado una labor monumental efectuando estudios, levantando estadísticas y denunciando diversos tipos de violencia con el objetivo de poner fin a este mal social, pero las cifras parecen no alterarse mucho y los comportamientos continúan siendo normalizados como, por ejemplo, las diferencias salariales, el trato obstétrico, la baja participación en espacios de poder, el menosprecio de las labores domésticas y de cuidado, el acoso y el abuso sexual.
Continuar haciendo más de lo mismo continuará dando los mismos resultados.
Una solución cierta, que surge desde el ámbito en que trabaja Fundación Semilla, es intervenir en la educación con más voluntad, a través de programas transversales de igualdad de género, valoración de la diversidad, sexualidad, convivencia y ciudadanía dirigido a estudiantes, pero también, y más importante, a docentes y demás profesionales de la educación.
El otro camino, que no es excluyente del anterior, es entender y aceptar que la causa de la no violencia contra la mujer tiene que dejar de ser una causa cuyas banderas sean levantadas solo por mujeres.
Es imprescindible sumar una masa crítica de hombres para que levanten la voz y convoquen a sus congéneres a abrazar esta causa.
Recuerdo que en el año 2007 -cuando desplegábamos un letrero en plaza Baquedano o Dignidad o en la Plaza de Armas de una capital regional, cada vez que ocurría un femicidio y que decía “Terminemos con la indiferencia, van xx femicidios este año”-, era extraordinariamente difícil lograr que hombres sostuvieran el lienzo para ser fotografiados por la escasa prensa que entonces respondía a nuestra convocatoria.
Siguiendo la misma lógica, el 25 de noviembre pasado publiqué en mi perfil de Instagram y Facebook un llamado de Fundación Semilla a propósito del Día Internacional de la No Violencia contra la Mujer y escribí: Condeno e invito a todos los hombres a condenar sin ambigüedades toda violencia contra la mujer. Si no lo quieren escribir, pongan un Me gusta o un corazón”. No fue sorpresa que solo un tercio (33%) de los Me gusta eran hombres.
Los recientes resultados electorales, según señalan los analistas, se debe a que la sociedad chilena no quiere violencia.
Pero cuando se enumera los diferentes tipos de violencia: delictual, política, narco, callejera o terrorismo, nunca se incluye la violencia contra la mujer. Una vez más estamos frente a la hipocresía de la sociedad chilena en que hombres no trepidan en condenar las violencias enumeradas más arriba, pero no se comprometen con la no violencia contra la mujer.
Detrás de la violencia hacia la mujer, existe la misma matriz de dominio que la que opera en la violencia contra las personas trans, contra la diversidad sexual, contra el inmigrante, y contra los pueblos indígenas, es la persistencia de una jerarquía humana, y los elementos sociales, políticos y económicos que sustentan dicha mirada, y mientras no exista una masa crítica de mujeres y hombres que luchan por cambios y que los hombres condenen abiertamente la violencia contra la mujer, la situación no cambiará mucho.